Somos occidentales. Herederos del Judeocristianismo y su moral.
No podemos dejar de valorar los hechos bajo los ojos del Nazareno y sus discípulos.
Para nosotros no hay peor pecado que la desobediencia a los principios
instaurados por judíos y perpetuados por los cristianos, seamos creyentes o no.
Si nos detenemos a pensar bien tanto Izquierda como Derecha, supuestos enemigos
políticos, se sustentan, por lo menos en lo valórico, en principios tales como
la solidaridad y la unión, alguna vez predicados por Cristo.
¿Moral de esclavos? Así por lo menos lo comprendería Nietzsche. Tras una máscara
de civismo y moralidad delicada, escondemos fuertes instintos ya olvidados,
donde aún deseamos rescatar princesas y luchar contra por reinos mágicos, todos
estos plasmados en las grandes fantasías humanas llamados mitos.
Es impresionante como las tres grandes religiones nos proponen un listado
de virtudes muy contrarias a la visceralidad humana, colocando el miedo a
Dios como algo deseable. El cristianismo reprime la valentía, y lo poco que
nos queda de ella, y la reemplaza por una moralidad pacifista forzada.
Quizás es necesario, supongo, volver a revisar esas antiguas creencias donde
se alcanzaba el paraíso por medio de la guerra, la confrontación y la virilidad.
La desobediencia a los principios morales es un pecado, pero lo es también
la falta de gallardía. El miedo nos empequeñece, nos hace ver Dragones y
Gigantes donde sólo existen pequeñas dificultades. No se es espiritual
únicamente por servir con humildad, sino también por alzar la espada por
nuestros sueños.
El miedo es un veneno muy bien instaurado en nuestra sociedad y perpetuada
por las cuatro paredes de la tecnología que nos impiden ver la Naturaleza y
enfrentarnos a ella. Es una forma de control que estuvo una vez fuera de
nosotros y ahora se encuentra dentro, que nos susurra: “no lo lograrás, así
que es mejor no intentarlo”. Nos rendimos antes de luchar. Nos hacemos
viejos, y terminamos prefiriendo el confort antes que la lucha. ¿La solución?
Volvamos a inspirarnos en los mitos precristianos, dejemos de un lado al
Nazareno, y pongámonos en el lugar de los antiguos y como estos defendían
sus tierras contra los gigantes. Es mejor una vida corta en dignidad que
una larga vida en cobardía y sumisión.